I
Tengo el ojo
del mundo,
perdido en
los justanes del diablo,
lo
veo, escondido en las piedras
y en las aguas del río,
testigo del
odio
y el miedo en su nido.
II
Lo veo todo,
elevado a su paso
y su andar peregrino es filoso,
temido y
sentido, lo llevo
aquí,
en mis entrañas, lamiendo
los besos del alba traidora,
sin
suspiros, ni alientos fecundos,
ambiguos, perversos y
heridos.
III
Lo veo todo,
arriba y abajo
insaciables y al reverso
océanos y manantiales
con bajas de honor y falsos jinetes,
con balas de
horror y valles silentes.
IV
Lo veo todo,
en las faldas del niño,
en los largos caminos del sigilo,
donde se
abrazan las orillas del mal
el credo, la espada y el lienzo
donde rayos y truenos caen
afilando sus
dientes, mezquinos
avaros
y dementes.
VI
Lo veo todo,
risas y carcajadas,
y en los vaivenes de la ira,
las grandes porciones del ego,
hirviendo en la estufa,
sazonando caprichos, pasiones y dudas,
mientras furiosos se devoran,
las fresas de la despensa
V
Los veo a todos,
buscado el por qué, en sus corbatas brilla,
la tirantez de un apellido, que tallando va,
sobre el débil cristal de sus bufandas,
el drama de un presente que trenza con furia,
las crinejas del limbo, y doblando la esquina,
el pasado dibuja, la estocada
de un final, al azar.